Fragmento libro I. Capitulo 1

La primera en salir de la casa después de mí, fue mi madre, ella vestía con una simple bata blanca larga y sin mangas, llevaba su cabello castaño suelto y alborotado, y en su cuello estaba atado un trozo del listón naranja que yo había comprado esa tarde, mi madre sonreirá alegremente como cada vez que hacíamos estas celebraciones, amaba ser una bruja, amaba esa parte de su vida. La bisabuela también abandonó la casa, ella vestía exactamente como mi madre, y sus cabellos negros y llenos de canas también estaban alborotados, y aquel listón naranja también ondeaba atado a su cuello, colgando de su brazo la bisabuela traía consigo lo que parecía un sencillo vestido blanco y un retazo de aquel listón naranja, entonces supe que esta ceremonia era realmente diferente a cualquier otra, era una ceremonia como la que tuvo lugar cuando alcancé los siete años de edad, era una ceremonia que consigo traía algo más que el simple acto celebrado, fue un poco incomodo despojarme de mis ropas ante mi madre y mi bisabuela, mi cuerpo recién comenzaba a cambiar y me sentía sumamente extraña al exponerlo. Una vez tuve el vestido blanco largo y de corte cuadrado sobre mi cuerpo, me sentí cómoda nuevamente, mi madre en ese momento tomaba mi cabello castaño y rizado alzándolo con un poco de dificultad, para que la bisabuela pudiera atar el listón a mi cuello, cuando por fin todo estuvo, me sentí extraña, pues el listón de alguna exótica manera estaba caliente, era una molesta sensación de sudoración, como cuando nos vestimos demasiado abrigados para el verano.

-¡DEDICATUM, POSSUM!- escuché gritar a la bisabuela, y debo admitir que sentí temor, era en realidad intimidante la forma en la que ella actuaba en esas celebraciones, era como si por un momento dejara de ser la tierna y mandona señora que conocía, para convertirse en algo superior en esencia.

-¡DEDICATUM, POSSUM!- esta vez fue mi madre quien lo pronunció, y en ese momento los restos del listón que colgaba de su cuello y su cabello empezaron a agitarse delicadamente, como si fuesen víctimas de una espontanea brisa primaveral.

¡DEDICATUM, POSSUM!- exclamó la bisabuela, y al instante aquel maravilloso efecto que impregnaba a mi madre también se reveló en ella, ambas parecían haber entrado en una especie de trance, nada fuerte pero sí sobrenatural, la bisabuela se aproximó caminando de una manera sublime hasta la mesa en la que se posaban todos los utensilios mágicos, y elevando su mano sobre la mesa se fue directo al lugar en el cual descansaba la daga cuya hoja tenía la forma de llama, y allí desde donde estaba la arrojó al fuego encendido y chispeante. Fue entonces cuando ella y mi madre se acercaron a la fogata, y solo hasta ese momento el instinto mágico que mi bisabuela siempre me recomendó seguir “hablo en mi interior”, me decía que debía acércame como ellas a la fogata, no dudé y así lo hice, ya no sentía temor, pero sí expectación. Mi sangre se aceleraba y el frío nocturno se apoderaba detodo mi cuerpo a excepción de mi cuello sudoroso por el calor del listón. Mi madre, que estaba al lado derecho de la fogata frente a mí alzó su mano al cielo donde la luz de la luna creciente dio con ella y a mi parecer la impregnó de su brillo, fue entonces cuando ocurrió algo que no esperaba, ella atravesó las llamas de la fogata con su mano llena de luz de luna, y tomó la daga que estaba al rojo vivo sin hacer ni un gesto de dolor, la retiró del fuego y con ella hizo un corte en el dedo índice de su mano derecha, otro en el dedo índice de la mano derecha de la bisabuela, y un último corte en el dedo índice de mi mano derecha, creí que sentiría más dolor, pero al estar la daga sumamente candente hizo un corte limpio y casi indoloro; luego fue el turno de la bisabuela en hacer lo propio, tomó la daga e hizo cortes en el dedo índice de la mano izquierda de mi madre, en la propia y en la mía, al terminar arrojó nuevamente la daga al fuego y unió sus dedos índices sangrantes con los de mi madre y con los míos, fue entonces cuando me sentí ligera, como si mi peso corporal sostenido por mis huesos desapareciese, me sentí levitar más aun mis pies estaban en el suelo, mi larga cabellera castaña había perdido la delicadeza de sus rizos, ahora estaba alborotada tal cual la de mi madre o la de la bisabuela.

¡DEDICATUM, POSSUM!- exclamaron las dos nuevamente, uniendo de manera tan magnánima sus voces, que estas hicieron eco en el silencio de la noche, interrumpido únicamente por los grillos.

La fogata en medio de nosotras, que ahora conformábamos un triángulo a su alrededor alzó sus llamas de forma dramática, escupiendo fogonazos sonoros al cielo, para luego convertirse en un remolino incandescente que chispeaba y resonaba como la garganta de un dragón, mi madre, la bisabuela y yo permanecimos unidas mágicamente por el vínculo de nuestra esencia a través de la sangre, aun cuando la fogata explotó iluminando todo nuestro patio trasero y dejó esparcido en el aire un centenar de hermosos luceros naranjas, el calor de mi cuello había desaparecido, al igual que el listón que se había consumido con las llamas de las cuales nos protegió nuestra esencia mágica. Pronto, mi padre, el abuelo y mi hermano salieron al patio alarmados por el fuerte sonido y la repentina iluminación, pero todo esto no fue más que un susto para ellos, una experiencia para mí, y un gran paso mágico; para cuando los tres hombres de la casa llegaron al patio, nosotras comíamos las frutas, panes y salsas que habían en un canasto bien provisto, por sugerencia de la abuela ellos se unieron a nuestra pequeña comida nocturna, no sin antes preguntar qué significado tenía la daga al rojo vivo que se encontraba enterrada en el pasto, o mejor dicho en las cenizas que dejó la fogata.